El Covid-19 nos recuerda la experiencia de nuestros ancestros ante el fenómeno epidemiológico, como sucedió con la salmonela en el México prehispánico traída por los conquistadores españoles, conocida en ese entonces como cocoliztli (traducido del náhuatl como "enfermedad", o "mal"); o en Japón con el cólera llevada por los estadounidenses en 1852, llamada korori, identificada con los kanji de tigre, lobo y diarrea, debido a la fiereza y rapidez en que este virus acababa con la vida de los contagiados.
Ambos pueblos no sólo denominaban así a las enfermedades, sino que, como parte de su imaginario colectivo y que les eran desconocidas estas infecciones, asociaron éstas con dioses o criaturas fantásticas únicas de su cultura, entes que vuelven a ser recordados tras años o siglos de permanecer en el olvido con la actual pandemia.
Se define como imaginario a la concepción popular y colectiva que se tiene de la realidad cultural, social, histórica y política de una comunidad, que puede tener fundamento real o no. Entre ellos se encuentran los mitos y leyendas que cada nación comparte.
En el caso de México, tenemos a los dioses de las culturas prehispánicas. Como solía suceder hace siglos, los hechos inexplicables eran atribuidos a sus deidades. Estos representaban una dualidad, o sea, alguna característica que era alabada y otra que era temida por sus creyentes.
Tláloc no sólo era la deidad de la lluvia y de las cosechas, sino que también representaba las enfermedades, en especial las afecciones respiratorias. Está asociado de igual manera con causar y curar la lepra y otras afecciones de la piel. Este dios azteca fue conocido también en la cultura maya como Chaac y en la zapoteca como Pitao Cocijo, debido a la expansión comercial y territorial mexica.
Para evitar enfermedades y sequías, durante tres veintenas al año se le hacía ofrendas y sacrificios. Los rituales llamados Atlcahualo y Tozoztontli consistían en ataviar a niños con alhajas y vestimentas similares a las de Tláloc y, posteriormente, arrancarles los corazones. En cambio, en el festival Atemoztli se ofrecían figurillas hechas con masa de amaranto decorado con semillas de calabaza y frijoles, acompañadas de copal y alimentos.
En Japón, país muy apegado sobre sus creencias en yokai (monstruos o criaturas folklóricas), así como a las deidades sintoístas y budistas y a las interacciones de estos en la vida diaria de los nipones, regresaron del baúl de su imaginario colectivo a un ser que representa a los virus, el cual se está popularizando después de cientos de años.
Amabie, también conocido como Amahiko, es un yokai que puede simbolizar dos cosas: una cosecha abundante o una epidemia.
Ambos pueblos no sólo denominaban así a las enfermedades, sino que, como parte de su imaginario colectivo y que les eran desconocidas estas infecciones, asociaron éstas con dioses o criaturas fantásticas únicas de su cultura, entes que vuelven a ser recordados tras años o siglos de permanecer en el olvido con la actual pandemia.
Se define como imaginario a la concepción popular y colectiva que se tiene de la realidad cultural, social, histórica y política de una comunidad, que puede tener fundamento real o no. Entre ellos se encuentran los mitos y leyendas que cada nación comparte.
En el caso de México, tenemos a los dioses de las culturas prehispánicas. Como solía suceder hace siglos, los hechos inexplicables eran atribuidos a sus deidades. Estos representaban una dualidad, o sea, alguna característica que era alabada y otra que era temida por sus creyentes.
Tláloc no sólo era la deidad de la lluvia y de las cosechas, sino que también representaba las enfermedades, en especial las afecciones respiratorias. Está asociado de igual manera con causar y curar la lepra y otras afecciones de la piel. Este dios azteca fue conocido también en la cultura maya como Chaac y en la zapoteca como Pitao Cocijo, debido a la expansión comercial y territorial mexica.
Para evitar enfermedades y sequías, durante tres veintenas al año se le hacía ofrendas y sacrificios. Los rituales llamados Atlcahualo y Tozoztontli consistían en ataviar a niños con alhajas y vestimentas similares a las de Tláloc y, posteriormente, arrancarles los corazones. En cambio, en el festival Atemoztli se ofrecían figurillas hechas con masa de amaranto decorado con semillas de calabaza y frijoles, acompañadas de copal y alimentos.
En Japón, país muy apegado sobre sus creencias en yokai (monstruos o criaturas folklóricas), así como a las deidades sintoístas y budistas y a las interacciones de estos en la vida diaria de los nipones, regresaron del baúl de su imaginario colectivo a un ser que representa a los virus, el cual se está popularizando después de cientos de años.
Amabie, también conocido como Amahiko, es un yokai que puede simbolizar dos cosas: una cosecha abundante o una epidemia.
Se
dice que surge del mar y su apariencia es variada: desde simiesco, un
ave hasta un cefalópodo, pero siempre representado con tres patas. Lo
más cercano en Occidente es la figura de la sirena. Su nombre, escrito
con distintos kanji (ideogramas japoneses) dependiendo de la región, coinciden en un "joven que
proviene del mar" o un "joven que desciende del sol".
Su
leyenda nace en Higo, en la prefectura de Kumamoto. De acuerdo con
ésta, un objeto brillante se veía desde el mar durante todas las noches,
a mediados de mayo, en 1846. Un oficial fue a investigar tan misterioso
suceso y fue cuando descubrió al Amabie. En un bosquejo realizado por
el policía, este ser tenía el pelo largo, un pico, cubierto de escamas
del cuello para abajo, y el ya mencionado trío de patas.
El
Amabie le comentó que venía del océano y pronunció una profecía:
"Buenas cosechas vendrán en los siguientes seis años. Si se extiende una
enfermedad, muestra una pintura mía a aquellos que enfermen y se
curarán." Tras decir eso, la criatura regresó al mar.
Tal como le recomendó al oficial, se imprimió el retrato en kawaraban,
que eran boletines hechos de madera, y se expandió por el país. Hoy en
día, debido a la pandemia de Covid-19, esta extraña criatura volvió a popularizarse tomando forma desde un dulce hasta amuletos protectores contra el coronavirus. Incluso, forma parte de campañas de concientización sobre esta enfermedad en lugares públicos, como en estaciones de trenes.
Que se retomen en estos momentos a Tláloc y del Amabie, aunque más a la criatura japonesa, es la forma jocosa y esperanzadora de tratar la pandemia que ha cobrado miles de vida alrededor del mundo.
Asignar una enfermedad o un desastre natural a una entidad deificada o criatura mítica es muy humano, y es una manera en que podemos depositar algo de responsabilidad sobre un suceso que no nos es grato.
Los pueblos mexicanos y japoneses somos muy dados a adaptar las creencias de nuestros ancestros a nuestra realidad, y la idiosincracia y el imaginario colectivo nos permite tomar otro tipo de actitud frente a la adversidad. Apoyarnos en nuestra cultura para seguir adelante es algo que sabemos hacer en ambas partes del mundo, aunque sea para distraernos un poco.
Que se retomen en estos momentos a Tláloc y del Amabie, aunque más a la criatura japonesa, es la forma jocosa y esperanzadora de tratar la pandemia que ha cobrado miles de vida alrededor del mundo.
Asignar una enfermedad o un desastre natural a una entidad deificada o criatura mítica es muy humano, y es una manera en que podemos depositar algo de responsabilidad sobre un suceso que no nos es grato.
Los pueblos mexicanos y japoneses somos muy dados a adaptar las creencias de nuestros ancestros a nuestra realidad, y la idiosincracia y el imaginario colectivo nos permite tomar otro tipo de actitud frente a la adversidad. Apoyarnos en nuestra cultura para seguir adelante es algo que sabemos hacer en ambas partes del mundo, aunque sea para distraernos un poco.
@YukiVongola