jueves, 6 de agosto de 2020

Campos de concentración de japoneses en México y otros claroscuros tras 75 años de la 2GM

La pandemia de Covid-19 provocó que las conmemoraciones del fin de la Segunda Guerra Mundial pasaran de largo, así como la memoria de los sucesos y el efecto que el conflicto provocó en quienes desafortunadamente la vivieron.

En la Historia no se puede señalar a los personajes involucrados como "buenos" o "malos", sino que se miden en cuestión de intereses. Tanto los países Aliados (URSS, Inglaterra y a Estados Unidos) como los del Eje (Alemania, Italia y Japón) tienen tintes variopintos que impiden clasificarlos en una sola categoría.

Por ejemplo, Hitler prohibió los zoológicos humanos en los territorios ocupados por el ejército nazi, "entretenimiento" que era muy bien aceptado por los europeos. En estos sitios se exhibían a las comunidades tribales africanas y a nativos americanos como animales mientras los europeos (aunque en Estados Unidos también fue practicado) podían alimentarlos, meterse en sus casas y observarlos como si de un circo se tratase. En otros casos, vivían en jaulas y con grilletes para impedir que escaparan.

O las violaciones masivas del Ejército Rojo durante la liberación de Polonia y su avance en Alemania, que implicaba a niñas, mujeres y ancianas tanto alemanas como aquellas que liberaban de los campos de concentración, inclusive a aquellas ciudadanas pertenecientes a la URSS que habían caído prisioneras, debido que los soldados creían que se "habían entregado" al enemigo y eran "traidoras" a la patria.
 
No olvidemos el papel de México durante la guerra, cuya participación indirecta al abastecer de petróleo a Estados Unidos para las disputas que tenía con Alemania y Japón en el Golfo no fue la única, sino que tuvo una mayor implicación debido a la presión política que los estadounidenses ejercieron sobre el gobierno mexicano. De esa manera, se envío al Escuadrón 201 a la Batalla de Luzón, en Filipinas, junto con la Fuerza Aérea estadounidense.

Otro acto de presión bajo el que cedió México fue la persecución de la comunidad japonesa, tanto inmigrantes como ciudadanos naturalizados y los nacidos aquí. Tras el ataque a Pearl Harbor en 1941, el gobierno estadounidense lanzó un ultimátum al presidente mexicano Manuel Ávila Camacho de suspender sus relaciones con la nación oriental y de restringir los movimientos y cuentas bancarias de los japoneses, al limitar el retiro de efectivo por mes, en especial de aquellos que vivían en los estados fronterizos.

A estos ciudadanos los incluyeron en una "lista negra", de parte de nuestro país vecino, y metieron la idea a los mexicanos que esos japoneses eran espías y que en cualquier momento atacarían. La propaganda bélica propició mucho la idea de que "eran un peligro para México".

Bajo órdenes federales, se mandaron circulares a lo largo del país en que se exigía que los japoneses se concentraran únicamente en la Ciudad de México, Cuernavaca, Puebla e Hidalgo, sobre todo a los que habitaban en el norte, para evitar la tensión de los estadounidenses con el gobierno de Ávila Camacho. Los japoneses que residían en el norte tuvieron que pagar con sus propios medios para vivir en campos de concentración ubicados en Celaya y Querétaro. De no dirigirse a estos sitios, eran detenidos.

Estos campos de concentración, como el de la ex Hacienda de Temixco, en Cuernava, o la hacienda de Castro Urdiales, municipio de Tala, Jalisco, fueron administrados a través del Comité de Ayuda Mutua entre México y Japón (Kyoeikai), entre los que figuraba Sanshiro Matsumoto, amigo de Maximinio Ávila Camacho, el hermano del presidente, en los que recibieron alojamiento, comida y apoyo en búsqueda de empleo.

En tanto, el Comité de Ayuda Mutua alquiló un edificio en la colonia Santa María la Ribera, en la Ciudad de México, para recibir a los trasladados y darles alojamiento a los recién llegados.

La mayoría de estos lugares eran campos agrícolas y fue a lo que la mayoría de japoneses se dedicaron. Aunque la policía vigilaba estos sitios, se dio un lugar para vivir y trabajar a muchos de los reubicados en estos lugares que eran semiautónomos para prevenir casos de explotación y abuso, como sucedió en Villa Aldama, Chihuahua.

De 1943 a 1945, los japoneses vivieron tranquilos al seguir  las medidas prohibitivas establecidas por las autoridades mexicanas. La propaganda bélica anti japoneses también disminuyó considerablemente, pero seguían siendo vigilados. Tras la rendición del Imperio japonés el 14 de agosto de 1945, las relaciones bilaterales se reactivaron.

Un factor importante de que la persecución no conllevará tantas víctimas fue, en principio, el apoyo del Comité, del Consulado y otras organizaciones civiles japonesas y mexicanas que velaron por ellos; en segundo, las relaciones de amistad que mantenían ambos países; y tercero, que los mexicanos no discriminaban a los japoneses, como sí sucedía con la comunidad china. 

Mientras esto sucedía en México, el Ejército Imperial Japonés colonizaba la región de Manchuria. En esta zona, el Escuadrón 731, perteneciente a las fuerzas niponas, realizó experimentos humanos en prisioneros de guerra y civiles tan atroces, como probar armas químicas y biológicas en humanos, inyectar orina de caballo en sus riñones, observar en cuánto tiempo tardarían en morir por congelamiento, o inyectarles sangre de animales.

Los actos crueles culminaron con los lanzamientos innecesarios de las bombas atómicas por parte de Estados Unidos en las ciudades japoneses de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto respectivamente, en una guerra que estaba a días de terminar. Miles de civiles fallecieron y aún hay estragos de la radiación en ambos sitios. Quienes sobrevivieron fueron, y aún lo son, estigmatizados bajo la palabra “hibakusha”, que significa “persona afectada por las bombas atómicas”.

Lamentablemente, en la guerra siempre son los civiles quienes se llevan todo el sufrimiento y son víctimas de las decisiones de sus gobiernos y ejércitos. Son ellos los que sufren de la xenofobia, racismo y discriminación provocada por disputas sin sentido. En cambio, los soldados que no cuestionan órdenes ni su propia moral son a quienes premian y reconocen.
 
Sin importar en qué situación estemos, no hay que olvidar lo que ocurrió en la Segunda Guerra Mundial, ni siquiera 75 años después, porque entre esos claroscuros se encuentran situaciones que no deben justificarse sin importar el bando "ganador" o "perdedor", ya que siempre se pierde en una guerra. Y aún hoy en día vemos las repercusiones de ella.

@YukiVongola