Este Día de Muertos será distinto a los que se han vivido en estas tierras. Si bien, todos los años fallece un ser querido o tenemos un conocido que perdió a alguien, este año el Covid-19 se ha llevado prematuramente a decenas de miles de mexicanos. El cambio en las medidas sanitarias convirtieron a los cubrebocas en herramientas para protegernos del coronavirus, y se establecieron como un accesorio de moda personalizado. En el contexto de las fiestas hacia los muertos, no faltan los diseños bordados y estampados con calaveras, catrinas e, inclusive, monstruos, que ocultan nuestros rostros y nos dan cierto anonimato cuando sin querer estornudamos en público.
Este aspecto de esconder por algún motivo nuestra faz, tiene que ver con las cualidades de las máscaras. De hecho, los cubrebocas pertenecen a una variedad de éstas.
Las mexicanas son de origen prehispánico, y fueron modificadas durante el Virreinato para facilitar la conversión de los indígenas al cristianismo, como aquellas presentes en las pastorelas. Las encontramos a lo largo del país bajo distintos aspectos y en diversas comunidades y festividades, en las que se incluyen las del culto a los muertos. Por tanto, estos artífices son parte del legado cultural e histórico de nuestro pueblo.
Celebrado entre el 28 de octubre (aunque puede variar al 30 ó 31 dependiendo de las comunidades) al 3 de noviembre, en la región de la Huasteca, el festival de Xantolo es conocido por sus máscaras hechas artesanalmente de permuche, cedro, y piel de vaca, mapache, ardilla o tejón.
Durante esos festejos, los pobladores salen con sus máscaras mientras danzan los sones huastecos. No se las quitan para nada, ya que, con los tintes carnavalescos de esta celebración, se adopta la identidad del "otro".
Las máscaras representan la comunión entre los seres humanos y la naturaleza, así como entre el hombre y las fuerzas sobrenaturales que se pueden denominar como "dioses". Son, además, el vínculo con nuestros antecesores y descendientes, una idea muy arraigada en las culturas prehispánicas y en las comunidades indígenas que hemos heredado a través de las generaciones. Y, claro, también tienen que ver con una sátira hacia la desigualdad social que se vivía en tiempos prehispánicos, virreinales y actuales, y cómo es la Muerte la que termina con ese problema.
Esto forma parte de la cosmovisión de nuestro pueblo: la importancia de la muerte, vista a través del júbilo y humor negro que nos caracteriza como mexicanos. Esta tradición durante el Día de Muertos abren nuestra mente hacia otros pensamientos y épocas, donde el respeto y el recuerdo hacia nuestros difuntos es interminable mientras haya vida.
El sintoísmo, más que religión, es una filosofía que une al ser humano con lo que lo rodea, tal como sucede con los preceptos del Xantolo, salvo con una diferencia: los yokai y espíritus pertenecientes al folklore japonés.
En el sintoísmo existe la creencia de que los muertos se convierten en kami (dioses menores o espíritus) y estos, a su vez, protegen a sus familiares aún vivos. Por ello, el ponerse o colocar máscaras en las casas representan a las criaturas que enlazan al mundo terrenal con el más allá. Incluso, se tiene la idea de que estos seres a veces usan las máscaras para camuflarse entre los humanos durante estos festivales dedicados a ellos.
En una época en que las máscaras, bajo forma de cubrebocas, se han convertido en habituales para nosotros, debería realzar la importancia de su uso para nosotros, para el otro, y para su connotación con la muerte y con un mundo más allá del que concebimos cuando damos nuestro último aliento en la tierra. Al final, la idea de repeler el mal y proteger aquello que en la vida y en la muerte valoramos es lo que se representa con estos objetos.
@YukiVongola